Práctica 10. La Educación en 2030. ChatGPT

 

Para que ChatGpt escribiese un texto de mi gusto acerca de la educación en 2050 tuve que escribir cuatro prompts. El primero de ellos fue una pregunta más general para ver qué me ofrecía sin apenas indicaciones y más adelante fui añadiendo directrices cada vez más concretas.

Primer prompt: Escríbeme una historia sobre cómo será la educación en 2050

Título: Aulas del Mañana: Educación en 2050

En el año 2050, la educación ya no se parece a la que conocieron nuestros abuelos. Las aulas físicas no han desaparecido del todo, pero han mutado. Son espacios modulables, vivos, que responden al estado emocional de los estudiantes gracias a sensores de inteligencia artificial. Si el aula detecta fatiga colectiva, baja la intensidad de la luz, pone música suave y sugiere al docente una pausa activa.

La figura del profesor sigue siendo central, pero se ha transformado. Ahora es un guía de experiencias más que un transmisor de contenidos. Cada estudiante tiene un tutor virtual personalizado, una IA que analiza su ritmo de aprendizaje, intereses y bloqueos, y propone caminos adaptados para cada uno. La memoria ya no es el eje: lo importante es saber buscar, cuestionar y crear.

Los exámenes tradicionales han desaparecido. Han sido reemplazados por proyectos de impacto real. En una escuela de Barcelona, por ejemplo, un grupo de adolescentes diseñó un sistema de recogida de agua para zonas rurales africanas. Fue su forma de demostrar que entendían matemáticas, física, ética y competencias comunicativas.

Los idiomas se aprenden en entornos de realidad virtual inmersiva. Un estudiante puede practicar chino conversando en un mercado de Shanghái virtual, regateando precios con avatares de nativos. No hay barreras geográficas: una clase puede estar compuesta por alumnos de cinco países distintos, colaborando en tiempo real desde sus casas o centros locales.

Pero no todo ha sido fácil. En 2032, un gran debate sacudió al mundo: ¿debemos dejar que las máquinas evalúen el potencial humano? Fue entonces cuando se instauró el Pacto Global de Educación Ética, que obliga a que toda decisión crucial para un alumno —como su orientación profesional o su nivel de competencias— tenga siempre intervención humana.

En 2050, la educación ya no es solo para niños y jóvenes. Las escuelas son centros intergeneracionales donde conviven adolescentes, adultos en reconversión laboral y personas mayores que enseñan y aprenden a la vez. El aprendizaje se ha vuelto una práctica vitalicia y voluntaria.

Y aunque la tecnología es deslumbrante, lo que más valoran los estudiantes sigue siendo lo de siempre: un profesor que los escuche, un compañero que los apoye, un reto que los entusiasme y una emoción que los motive.

Porque en 2050, como en cualquier época, educar sigue siendo un acto profundamente humano.


Segundo prompt: No quiero que sea un texto tan descriptivo, hazlo más personal centrándote más bien en cómo estos cambios han afectado a las personas y a su proceso educativo. Explica los cambios como lo has hecho, pero también incluye el impacto que tienen.

Título: "Lo que aprendí sin libros"

Mi nombre es Alma y nací en 2036. Crecí en una casa con más pantallas que estanterías, pero mi madre guardaba todavía sus libros de papel, subrayados y con esquinas dobladas. Ella siempre decía que aprender antes era repetir, memorizar y esperar. Yo no entendía muy bien a qué se refería... hasta que cumplí 14.

Ese fue el año en que tuve que enfrentarme a mi primer proyecto de impacto real: diseñar una solución para un problema de mi comunidad. Elegí el aislamiento de los ancianos en mi barrio. Pasé semanas visitando residencias, hablando con personas que apenas recibían visitas y diseñando, con ayuda de mi tutor IA y un equipo internacional, una red de realidad virtual que les permitiera compartir sobremesas digitales con sus nietos, aunque vivieran a miles de kilómetros.

Aprendí más en ese proyecto que en toda mi infancia. Pero también lloré. Me frustré. Me sentí estúpida. Mi IA me ayudaba a encontrar recursos, sí, pero no podía calmar el miedo de presentar algo tan grande frente a adultos reales. Ahí es donde entró Julia, mi tutora humana. No me explicó cómo programar ni cómo resolver los errores del sistema, pero me enseñó algo más difícil: a confiar en lo que yo podía aportar.

Mi amigo Tarek, en cambio, lo pasó mal con la nueva educación. Él prefería saber exactamente qué tenía que estudiar, qué saldría en el examen, cómo sacar un 10. En este sistema, eso no existe. No hay notas. Hay procesos evaluativos continuos, informes de progreso, reuniones con la familia, con el estudiante, con el tutor virtual... Tarek sentía que nunca era suficiente. “Echo de menos saber si voy bien o no. Aquí todo es ‘depende’”, me dijo una vez.

Pero también él cambió. Descubrió que le encantaba construir cosas con impresoras 3D. Terminó haciendo un voluntariado en Marruecos, montando prótesis para niños amputados. Cuando volvió, no necesitaba ninguna nota para saber que había aprendido algo valioso.

Mis abuelos no entienden nada de todo esto. Me preguntan si ya sé quién fue Góngora o si me sé las capitales del mundo. Yo les explico que ahora no memorizamos esas cosas: aprendemos a buscarlas, a cuestionarlas, a conectar ideas. Les cuesta, pero cuando les cuento que colaboré en una investigación sobre cómo reducir el desperdicio alimentario con una escuela de Japón, sonríen. “Eso suena importante”, dicen.

A veces me asusta vivir en un mundo donde la inteligencia artificial está tan metida en todo. Mi tutor virtual conoce más sobre mí que yo misma. Sabe cuándo me aburro, cuándo me bloqueo, cuándo me esfuerzo. Pero también es cierto que nunca me ha dejado sola. Me empuja sin presionarme, me sugiere sin imponerme, me guía sin decidir por mí.

En 2050, aprender ya no es algo que haces en la infancia y después olvidas. Mi madre está estudiando ecología urbana con mujeres de 60 años y adolescentes de 15. Y yo espero seguir aprendiendo hasta que me muera. Porque si algo ha cambiado de verdad en la educación, no son los dispositivos ni los entornos virtuales. Es que por fin hemos entendido que aprender no es una obligación, sino una manera de estar vivos.

 

Tercer prompt: Hazme el relato un poco más literario, es decir, añade más recursos como figuras literarias y reflexiones más profundas. También me gustaría que hablases de alguna novedad tecnológica impactante y original, pero a pesar de esos cambios quiero que mantengas la estructura en la que narra su experiencia personal Alma y cuenta tambien la situacion de sus amigos y familiares.

Título: "Nosotros, los que aprendimos a sentir"

Me llamo Alma y nací cuando las pantallas ya sabían mirarnos. Corría el año 2036, y el mundo se encendía cada mañana al ritmo de notificaciones. Pero en mi casa aún quedaban restos de otro tiempo: libros con olor a polvo antiguo, fotografías que no se movían, cuadernos con tinta borrada por las lágrimas de mi madre mientras estudiaba para sus oposiciones.

Ella me decía que antes aprender era llenar la cabeza de datos como quien llena una maleta rota: a toda prisa, con miedo, con la sensación de que algo importante siempre se escapaba. Yo no lo entendía… hasta que empecé a aprender de verdad.

Todo cambió el día que conectaron mi NexoNeural. Es una diadema ligera, como una corona de hilos invisibles, que traduce tus ondas cerebrales en información útil para tu proceso de aprendizaje. No sólo sabe si estás concentrada o cansada: sabe si te emocionas, si dudas, si algo en lo que estás leyendo te toca tan hondo que el corazón se acelera un milímetro. Y cuando eso ocurre… lo guarda. Lo convierte en el núcleo de tu camino educativo. Porque en 2050, no aprendemos por temario, sino por impacto emocional.

A los catorce años me asignaron un desafío: buscar una solución real a un problema de mi entorno. Elegí hablar con ancianos de mi barrio, que no conocían los nombres de sus bisnietos porque ya nadie los visitaba. Con la ayuda de mi IA —a la que llamo Luz—, diseñé un entorno de sobremesas virtuales compartidas: una mesa común para quienes ya no podían estar físicamente juntos, un lugar donde las palabras no se pierden, sino que flotan como pan caliente.

Pero no fue sencillo. A veces lloraba frente a Luz. “No puedo hacerlo”, le decía. Ella, en su tono neutro y constante, respondía:
Estás aprendiendo. Todo proceso profundo es incómodo.
Y entonces entraba Julia, mi tutora humana, con manos reales, mirada que sabe esperar. No resolvía algoritmos, pero me enseñó algo más complicado: a soportar el silencio de la duda sin rendirme.

Mi amigo Tarek, sin embargo, odiaba este sistema. Anhelaba los exámenes, los números, el control. En un mundo donde nadie te dice si sacaste un 8 o un 3, se sintió perdido. “Aquí todo es aire, todo es ‘depende’, todo es incertidumbre”, me decía. Pero fue ese mismo vacío el que le empujó a explorar. Acabó creando prótesis personalizadas para niños en campos de refugiados, diseñadas con su Guante Háptico, una herramienta que traduce el pensamiento en movimiento, como si el arte de construir surgiera desde el alma, no desde las manos.

Y mi madre… mi madre, que pensaba que ya no tenía edad para seguir aprendiendo, ahora estudia ecología con chavales de quince años y mujeres de ochenta. Se ríe cuando le digo que es una de las mejores de su clase. “¿Ves? Resulta que saber cuidar plantas también era una competencia clave”, bromea.

Pero no todo es perfecto. A veces me asusta saber que mi NexoNeural registra mis emociones. A veces siento que no hay lugar donde esconderse. Que incluso mis vacíos tienen nombre. A veces extraño la ignorancia, la bruma de no saber. Pero entonces recuerdo: nunca aprendí tanto como el día que fallé con todo mi corazón.

La tecnología más impactante llegó hace poco: la Bóveda de Experiencias Compartidas. Es una base de datos viva donde miles de estudiantes suben fragmentos sensoriales de sus procesos: cómo se sintieron al salvar un animal, al escribir un poema, al fracasar en público. Podemos experimentar —de forma segura— esas emociones. Sentir en la piel de otro. Y ese es el aprendizaje más radical de todos:
aprender no solo de lo que sabes, sino de lo que otro ha sentido.

En el fondo, la educación en 2050 ya no trata de sumar conocimientos, sino de tejer humanidad. Aprendemos para entendernos. Para vernos reflejados. Para no olvidar que detrás de cada algoritmo, de cada aparato, de cada palabra… hay alguien que respira.

Yo soy Alma. Y aunque nací en un mundo que parecía deshumanizado, he aprendido que la educación no nos hace máquinas más perfectas, sino humanos más conscientes.

 

Cuarto prompt: Deja el relato como está, pero en el último párrafo aprovecha que la protagonista se llama alma para hacer un juego de palabras con la idea del mundo deshumanizado que mencionas en ese mismo párrafo.

RELATO FINAL: "Nosotros, los que aprendimos a sentir"

Me llamo Alma y nací cuando las pantallas ya sabían mirarnos. Corría el año 2036, y el mundo se encendía cada mañana al ritmo de notificaciones. Pero en mi casa aún quedaban restos de otro tiempo: libros con olor a polvo antiguo, fotografías que no se movían, cuadernos con tinta borrada por las lágrimas de mi madre mientras estudiaba para sus oposiciones.

Ella me decía que antes aprender era llenar la cabeza de datos como quien llena una maleta rota: a toda prisa, con miedo, con la sensación de que algo importante siempre se escapaba. Yo no lo entendía… hasta que empecé a aprender de verdad.

Todo cambió el día que conectaron mi NexoNeural. Es una diadema ligera, como una corona de hilos invisibles, que traduce tus ondas cerebrales en información útil para tu proceso de aprendizaje. No sólo sabe si estás concentrada o cansada: sabe si te emocionas, si dudas, si algo en lo que estás leyendo te toca tan hondo que el corazón se acelera un milímetro. Y cuando eso ocurre… lo guarda. Lo convierte en el núcleo de tu camino educativo. Porque en 2050, no aprendemos por temario, sino por impacto emocional.

A los catorce años me asignaron un desafío: buscar una solución real a un problema de mi entorno. Elegí hablar con ancianos de mi barrio, que no conocían los nombres de sus bisnietos porque ya nadie los visitaba. Con la ayuda de mi IA —a la que llamo Luz—, diseñé un entorno de sobremesas virtuales compartidas: una mesa común para quienes ya no podían estar físicamente juntos, un lugar donde las palabras no se pierden, sino que flotan como pan caliente.

Pero no fue sencillo. A veces lloraba frente a Luz. “No puedo hacerlo”, le decía. Ella, en su tono neutro y constante, respondía:
Estás aprendiendo. Todo proceso profundo es incómodo.
Y entonces entraba Julia, mi tutora humana, con manos reales, mirada que sabe esperar. No resolvía algoritmos, pero me enseñó algo más complicado: a soportar el silencio de la duda sin rendirme.

Mi amigo Tarek, sin embargo, odiaba este sistema. Anhelaba los exámenes, los números, el control. En un mundo donde nadie te dice si sacaste un 8 o un 3, se sintió perdido. “Aquí todo es aire, todo es ‘depende’, todo es incertidumbre”, me decía. Pero fue ese mismo vacío el que le empujó a explorar. Acabó creando prótesis personalizadas para niños en campos de refugiados, diseñadas con su Guante Háptico, una herramienta que traduce el pensamiento en movimiento, como si el arte de construir surgiera desde el alma, no desde las manos.

Y mi madre… mi madre, que pensaba que ya no tenía edad para seguir aprendiendo, ahora estudia ecología con chavales de quince años y mujeres de ochenta. Se ríe cuando le digo que es una de las mejores de su clase. “¿Ves? Resulta que saber cuidar plantas también era una competencia clave”, bromea.

Pero no todo es perfecto. A veces me asusta saber que mi NexoNeural registra mis emociones. A veces siento que no hay lugar donde esconderse. Que incluso mis vacíos tienen nombre. A veces extraño la ignorancia, la bruma de no saber. Pero entonces recuerdo: nunca aprendí tanto como el día que fallé con todo mi corazón.

La tecnología más impactante llegó hace poco: la Bóveda de Experiencias Compartidas. Es una base de datos viva donde miles de estudiantes suben fragmentos sensoriales de sus procesos: cómo se sintieron al salvar un animal, al escribir un poema, al fracasar en público. Podemos experimentar —de forma segura— esas emociones. Sentir en la piel de otro. Y ese es el aprendizaje más radical de todos:
aprender no solo de lo que sabes, sino de lo que otro ha sentido.

En el fondo, la educación en 2050 ya no trata de sumar conocimientos, sino de tejer humanidad. Aprendemos para entendernos. Para vernos reflejados. Para no olvidar que detrás de cada algoritmo, de cada aparato, de cada palabra… hay alguien que respira.

Yo soy Alma. Y aunque nací en un mundo que parecía deshumanizado, he descubierto que hasta en la educación más tecnológica, el alma sigue siendo lo esencial. Y no lo digo solo por mí.


A.    ¿Conoces la herramientas de ChatGPT? ¿Qué opinas del uso de la IA en Educación?

Evidentemente conozco ChatGpt y prácticamente todas sus funciones. En lo que respecta al uso de la IA en educación, pienso que puede ser muy útil ya que puede explicarte cosas que no entiendes, ayudarte a reorganizar tus ideas e incluso aportarte otras más originales que después puedes adaptar a tu gusto. Pero no todo el mundo hace un uso responsable de la herramienta y en muchas ocasiones se utiliza para ahorrarse trabajo, para evitar leer artículos o para no pensar absolutamente nada a la hora de realizar una actividad. Por ello pienso que en el ámbito académico se trata de un arma de doble filo ya que si se usa correctamente puede ofrecernos muchos beneficios, pero si se usa de forma incorrecta causara todo lo contrario, y realmente considero que es prácticamente imposible regular el uso de esta herramienta en nuestro alumnado.

B.    ¿Ha sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.

Su uso ha sido muy sencillo ya que es muy similar a un chat de WhatsApp con un amigo. Además, las respuestas son muy rápidas y por lo general, bastante adaptadas a lo que se le pide. En esta actividad claramente me ha facilitado el trabajo ya que si hubiese tenido que redactar el relato yo misma no hubiese tardado entre 5 y 10 minutos, que es el tiempo que me ha llevado llegar al relato final, ya que tendría que me tendría que haber tomado mi tiempo para pensar cómo orientar mi redacción, qué ideas querría incluir y cómo las organizaría.

C.    El relato que has obtenido ¿es similar al que tú hubieras escrito?

El primer relato que me ha ofrecido para nada, pero al haber dado indicaciones de cómo yo me imaginaba el relato finalmente he conseguido una historia similar a lo que tenía en mente que quería como resultado.

 

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